Recalculando la Hoja de Ruta de Empresarias y Emprendedoras
Ya en 1910, la baronesa francesa Raymonde de la Roche –nacida en París el 22 de agosto de 1886, como Élise Léontine Deroche- se convertía, después de destacarse como actriz y también como deportista y en las artes plásticas, en la primera mujer del mundo que obtenía una licencia de piloto de avión. En 1912, la estadounidense Harriet Quimby se consagró como la primera que voló sobre el Canal de la Mancha. Y fue su compatriota Amelia Earhart, quien, antes que ninguna, atravesó –sola- el Atlántico en 1932. Si nos impulsamos con un salto hasta el siglo XXI, nos enteramos de que, en Argentina, Analía Amaral Kay -que es teniente de la Fuerza Aérea-, se transformó, en 2013, en la primera mujer piloto habilitada para ser aviadora de transporte. Y de que Mariam Al Mansouri, graduada en el colegio de aviación de Abu Dhabi en 2007, fue la primera mujer que, en 2014, con 35 años y un título como especialista en literatura inglesa, piloteó un avión de combate en los Emiratos Árabes y, por si esto fuera poco, dirigió a todo un escuadrón y con su caza F-16 bombardeó posiciones yihadistas en las ciudades de Raqqa, Aleppo e Idlib. Si buceamos por Uruguay, encontramos que María Eugenia Etcheverry, también en 2014, fue la primera mujer de la región en comandar, desde la Fuerza Aérea Uruguaya, una misión en un ejercicio internacional, mientras en Argentina, Mariela Santamaría, hija de una diseñadora de moda, es, en 2016, la única mujer argentina que pilotea un avión de transporte como el Hércules.
Coco Chanel
Modista francesa que revolucionó la moda y el mundo de la alta costura de los años de entreguerras. Rompiendo con la acartonada elegancia de la Belle Époque, su línea informal y cómoda liberó el cuerpo femenino de corsés y de aparatosos adornos y expresó las aspiraciones de libertad e igualdad de la mujer del siglo XX.
Entre ambos siglos, los medios se ocuparon –afortunadamente- de ir poniéndonos al tanto de novedades similares a lo ancho y a lo largo del planeta: la primera mujer como legisladora, como presidenta, como jockey, como CEO, como conductora de metro, como generala, como jugadora de polo, como gobernadora, etc. Y con toda razón, en simultáneo con la difusión de estas conquistas (y más allá de los andariveles por los que avanzaban, en paralelo, las gestas del feminismo o contra la violencia masculina), se fueron desarrollando movimientos enfocados en defender, precisamente, los derechos de inclusión y crecimiento laboral de las mujeres y en abreviar los tiempos que les llevaba todavía poder acceder, en condiciones de igualdad de género, a oportunidades de trabajo y desarrollo profesional históricamente monopolizadas por los hombres. No ha sido –no lo es, aun- un camino sencillo, y a pesar de los logros. Especialmente porque, como es obvio, la cuestión laboral femenina viene inevitablemente atravesada por las implicancias de una cultura machista que contribuyó, desde el fondo de los tiempos, para condicionar la visión de la mujer en sus distintos roles, sin poder abandonar o separar la mirada que lo sexual impone, naturalmente, a sus diferencias con el hombre.
Algunas de las mujeres destacadas a nivel global,
por su labor, desempeño y compromiso, en distintos
sectores de trabajo y funciones empresariales.
Sin embargo, y concentrándonos exclusivamente en los desafíos de la democratización ocupacional, hay, particularmente en los últimos años, una proliferación tal de presentaciones, manifiestos y organizaciones de la sociedad civil dedicadas a acompañar este tipo de demandas que, aunque imprescindibles e irrenunciables en un sentido, parecieran –por momentos y paradójicamente- estar alimentando una suerte de sobredosis de exposición de “la mitad vacía”. Y este anclaje en el déficit, juntamente con la construcción de una mirada “de género” sobre ciertos aspectos de la controversia central, termina por favorecer, voluntaria o involuntariamente,
un determinado sesgo o desvío de la atención y de las energías femeninas, las mismas que hoy podrían, tal vez, beneficiarse de un oportuno rediseño de la hoja de ruta reivindicativa, para no actuar en detrimento de la urgente necesidad de recuperación del tiempo perdido y para lograr una más eficaz capitalización y desarrollo de las capacidades profesionales que –cada vez, más prontamente- le habiliten a la mujer el camino de un mayor protagonismo social en el diseño de una nueva interacción equitativa, dedicada a enriquecer el quehacer compartido con los hombres. Siempre, se entiende, desde una óptica decididamente más respetuosa, amigable, estratégica y recíprocamente colaborativa.
Esto es: hoy –y desde hace tiempo- pueden encontrarse, por ejemplo y casi en cualquier país del mundo, organizaciones de mujeres emprendedoras o empresarias,
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Natalia Mijáilovna
Vodiánova
Es una modelo y actriz rusa. También conocida como Supernova, pasó de una infancia sumida en la pobreza a una vida de riqueza y lujo. Madre de cinco hijos.
En 2005 fundó Naked Heart Foundation, organización que construye parques infantiles urbanos en Rusia y que ella preside. Su decisión de fundarla la tomó tras la Masacre de la escuela de Beslán.
que vienen desplegando, con rigor, entusiasmo y contagiosa convicción, múltiples actividades enfocadas en el diseño de un paradigma innovador de la perspectiva de inserción femenina en el universo profesional contemporáneo. No obstante, en algunos casos, parecieran correr el riesgo de confundirse –sin ventaja aparente- con especies de “burbujas monocolor”, que se instalan, deliberadamente, en la vereda de enfrente del conglomerado masculino, con el objeto de afirmar (por exclusión) una identidad claramente diferenciada y, tal vez, superadora de la histórica abducción o condicionamiento de los que fuera objeto la mujer por parte del sexo opuesto. Es así que, tal como ocurrió en un exitoso congreso de mujeres empresarias convocado en Buenos Aires en noviembre de 2016, la recuperación de la autoestima de género contó con cierto tipo de novedades que, aun cuando estuvieran basadas en estudios serios, no parecían asegurar que se estuviera aportando, genuinamente y en todos los casos, a una integración de las fortalezas compartidas de ambos sexos. Fue cuando, por ejemplo, se expuso la conclusión de que, en los casos de empresas conducidas por mujeres, el retorno promedio sobre la inversión del capital viene siendo un 35% mayor que el resultado equivalente observado en compañías cuyos destinos son regidos por hombres. Ya en 2014, alguna ONG española había atribuido efectos similares a que una cierta mayor dosis de testosterona impulsaba a los hombres a inversiones más arriesgadas…mientras que las mujeres, por el contrario y más cuidadosas, se manejaban con una mayor propensión al ahorro.
No parece inoportuno –al contrario- relevar y revelar los atributos y competencias con los que la mujer planta su identidad en el escenario de estos tiempos en los que, justamente, el ecosistema emprendedor reclama una contundente profesionalización de la gestión de empresas y startups. Lo que sí aparece como atractivo, en términos estrictamente estratégicos, tiene que ver, no con aislarse o con esperar ver en las redes sociales o en los medios multipantalla nuevos records “de primera vez” de star women, sino con sinergizar fortalezas con el hombre.
Porque es de la inteligente combinación e integración unisex de aptitudes de mujeres y hombres, de las que puede esperarse la potenciación de sus capacidades más sobresalientes y, consiguientemente, la creación de las mejores condiciones para optimizar resultados en emprendimientos de cualquier disciplina. La mujer dispone, claramente, en promedio, de un combo decididamente envidiable y mayoritariamente imprescindible para aportar –para integrar- a cualquier proyecto: puede reconocerse, en general, como metódica, dedicada, conciliadora, sensible, empática, comprometida con valores socialmente integradores, dispuesta a afrontar más de una responsabilidad y con una inteligencia emocional absolutamente valiosa para interactuar y negociar en un mundo altamente confrontativo.
Prescindir de esta energía en la creación y gestión de proyectos y organizaciones, no guardaría relación con la construcción de un planeta más cercano, contenedor, amoroso y saludable. Pero aislarla en torres autónomas de bajo contacto con el otro sexo, atentaría, sin duda, contra un sano y razonablemente productivo aprovechamiento del equilibrio de la especie, en el sueño compartido de una vida mejor.
Soltemos certidumbres, reaprendamos los caminos de la convivencia con el otro y trabajemos juntos. En lo posible, un poco más cerca del Ying y el Yang. No nos vamos a arrepentir. Ni las mujeres. Ni los hombres.
Graduado en Ciencias Económicas: CPN en la UBA, Universidad de Buenos Aires. Posgrado en Gestión de Contenidos en la Universidad Austral, Buenos Aires, Argentina. Ex CEO, COO y CFO de importantes compañías internacionales, estudios de auditoría y fondos de private equity. Consultor especializado en planeamiento estratégico, consultoría de dirección, cursos de formación profesional, cambio organizacional, control de gestión, fusiones y adquisiciones, coaching autonómico, diseño de plan estratégico de carrera, diagnóstico de situación de empresas, desarrollo de startups y evaluación de nuevos negocios e inversiones. Colaborador periodístico en el Diario La Nación, la Revista Noticias, DresStyle, etc. Novelista. Director teatral. Guionista televisivo.